No es fácil el regreso. La raíz irrumpe como pico de colibrí
en el pecho. La visión de estrellas voladoras y luciérnagas
en el cielo no deja lugar a dudas: la luz viene del ombligo.
La raíz y la flor te disputan y la flor te trae de regreso, pero
el regreso no es fácil. La raíz es sentida como las mujeres y
los hombres.
Vuelvo de la Huasteca veracruzana a la selva que elegí
como vivienda. La de asfalto que me llena cada poro de
caricias y polución. Vuelvo de allá y vuelvo feliz de mirar
lo que no se suele ver. De encontrarse con quien murió hace
ya algunos días y sin embargo puede hacerme feliz cada
año que pasa. El reencuentro es inevitable. Las lecciones y
el aprendizaje no cesan nunca. Fui a visitar a mis muertos
y es el pretexto ideal para visitar y amar a los que aún están
viviendo. La vida de rancho es bella. ¿Qué es la flor si no la
raíz, su tierra y su viento?
El universo se hace lento. Hablar todo el tiempo en
náhuatl es un ejercicio de memoria colectiva y reivindicación
individual. Y sólo allá lo puedo hacer como me gusta. Hablar
en otro tono, el canto cambia. Los viejos y las viejas se sienten
felices de encontrar en las generaciones nuevas y que por
ahora estamos fuera, esa palabra que de tanto denostada
—se nota— les estorba. La discriminación por lengua lo ha
hecho bien pero no tanto. Llegamos y llevamos también
un poco de aire fresco y la certeza de que lo que ha sido
bien enseñado perdura. La sonrisa de ellos lo dice todo y
la felicidad se nota.
Pero no todo es maravilla. En esta parte del país, igual
que en otros años, siguen sin agua potable; igual que en
otros años, sin carreteras y sin clínicas. Igual que hace
tiempo sigue el dengue causando estragos, las diarreas, las
gripes, la pobreza. Los doctores siguen costando demasiado
y los hospitales aún están a varias horas de muchos de estos
poblados. Siguen siendo presa fácil de gente corrupta. El
analfabetismo sigue igual que hace 20 años. La educación
sigue siendo en español y los maestros no llegan a laborar. El
programa gubernamental Oportunidades ha hecho estragos
en la conformación comunitaria. Esperan la dádiva y eso los
divide. Reciben el dinero que les dan y la sola insinuación
de que este apoyo les puede ser retirado hace que no se
organicen y realmente puedan pelear por sus derechos.
Hay amenazas de por medio.
Les siguen dando a firmar documentos que no saben leer.
Hace no mucho, esterilizaron a mujeres obligatoriamente
y con dolo. Los indígenas nahuas de esta parte del país
son obligados a dar opinión en esos típicos buzones que
como letrero tienen “puede hacerlo con total libertad y
está garantizada la secrecía”, pero les exigen que pongan su
nombre para después ser exhibidos en asamblea y ponerles en
contra al pueblo mismo, dado que, “por culpa de unos pagan
todos”. Por eso y por otras cosas no es fácil el regreso.
Pero volvamos a la parte buena de esta historia. En las
fiestas de muertos, hace muchos años, se hacían unas danzas;
de entre ellas, la danza de los kolimen o de los viejos o de
los diablos era la más socorrida. Ésta consiste en que un
grupo de bailadores, todos enmascarados, se disputan el
amor de una mujer —que en realidad es hombre travestido
que danza de manera sensual— y “ella”, a su vez, trae a un
hombre —el diablo— que la defiende de los empecinados
machos que quieren ser su pareja de baile. “Ella” coquetea
con todos, pero no les dice cuándo, allanando el camino para
que el diablo les juegue malas —y divertidas— pasadas. Y
esa es toda la anécdota que es recibida con gozo, casa por
casa. A cambio los bailarines recibirán dinero, comida y
aguardiente y así, hasta terminar la fiesta. La danza de los
kolimen era un baile casi olvidado hasta hace un año, pero
2009 trajo consigo su renacimiento espectacular. Cuadrillas
de kolimen inundaron las calles de las comunidades de la
Huasteca veracruzana. Grupos de niños, adolescentes y
adultos se organizaron y portaron máscaras de Halloween
—las tradiciones se contaminan— para hacer las delicias de
los ancianos que no los veían hace muchos años, dejando al
descubierto algo que fascina: las comunidades están vivas.
La devastación no ha ocurrido aún. La esperanza continúa.
Y el trago amargo en estos días se pasa con chocolate dulce.
Por eso es tan difícil el regreso.
Seguramente la pobreza y sus acompañantes estarán
presentes en estas comunidades mientras no haya verdadera
voluntad política para erradicarla, pero de algo estoy seguro:
mientras la lengua y las tradiciones —ahí se encuentra
la memoria— permanezcan en la vida de estos pueblos,
habrá que seguir trabajando y señalando lo que mal está.
Lo contrario sería caer en la desesperanza. Un ejemplo me
dio mi cuñado, que se va todos los años a la pizca a Canadá,
cuando me dijo: “Para qué peleamos por un país mejor si
lo que importa es comer”. Me dejó mudo y con ganas de
escribir esta entrega para ustedes, estimados lectores, al
regresar.
Tlaskamati miak. ¶
Por Mardonio Carballo
las
plumas de
la serpiente
EMEEQUIS
09 de noviembre de 2009
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